
Desde una perspectiva que trasciende la dualidad de las formas, lo que percibimos como “eso” o como un “espejo indiferente” no es simplemente algo ajeno o distante de lo que somos. La noción de un “espejo indiferente” refleja una visión limitada de la realidad, pues implica una separación entre el observador y lo observado. En realidad, no hay separación entre lo que percibimos y lo que somos en esencia. La “tercera posición” mencionada refleja una forma de ver que no está alineada con la unidad esencial de todo lo que es, pues implica un observador y una observación, mientras que la verdad profunda es la no-dualidad, donde no hay dos, sino un todo indivisible.
Lo que se llama “Dios”, o cualquier nombre que queramos darle, no es una entidad externa o distante, sino la misma esencia que somos en este momento, más allá de cualquier distinción. No se trata de algo que está “ahí” como un objeto para ser percibido desde una distancia, sino que es la misma conciencia que da lugar a todo, sin excepción.
Respecto a la muerte, la idea de que el “algo” se apaga o se extingue refleja una comprensión limitada. En realidad, lo que trasciende la muerte no es un “algo” que pueda desaparecer, sino la conciencia misma, que es infinita e imperecedera. La muerte no es el fin de la existencia, sino una transformación que no afecta lo que realmente somos. Si todo es interdependiente, como se dice en algunas enseñanzas, es solo en la superficie, porque en lo más profundo, todo es una expresión de la misma conciencia indivisible.
El camino hacia la comprensión no es especulación, sino la realización directa de que no hay nada separado, ni antes ni después, ni nacimiento ni muerte. Lo que “es”, siempre ha sido y será, más allá de cualquier interpretación que podamos hacer desde el punto de vista del ego o la mente dual. La verdad no depende de la especulación, sino de la experiencia directa de nuestra naturaleza esencial, que es lo único que no cambia, y en ello, no hay ni nacimiento ni muerte.
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