El cuerpo sigue su curso: respira, se alimenta, siente hambre, frío o calor, sin importar lo que se piense de él. Sin embargo, hay algo que observa todo esto, algo que percibe los impulsos del cuerpo, algo que se da cuenta de los pensamientos que surgen sobre el cuerpo y su funcionamiento.
Si todo fuera únicamente una mecánica biológica, ¿de dónde proviene esta capacidad de darse cuenta? ¿Por qué existe una diferencia entre el simple hecho de que el cuerpo exista y la experiencia de esa existencia?
Reducir la vida a la supervivencia y la reproducción es ver solo una parte de la realidad. El cuerpo tiene sus funciones y necesidades que deben ser atendidas, pero dentro de todo esto hay algo más profundo que el simple instinto. Hay una inteligencia que trasciende lo físico, una conexión con algo que va más allá de lo inmediato.
No se trata de negar la vida del cuerpo ni de forzar una búsqueda metafísica desconectada de la realidad. Se trata de comprender la totalidad, de reconocer que en la aparente simplicidad del cuerpo hay una profundidad que no debe ser ignorada.
Si todo fuera solo la acción del prefrontal, ¿quién es el que se da cuenta de ello? ¿Quién observa el proceso cerebral y se pregunta si eso es todo?
El cerebro puede ser un instrumento a través del cual la conciencia se manifiesta en este mundo, pero no es su origen. La autoconciencia no es únicamente una función biológica, porque si lo fuera, no habría quien pudiera cuestionarla. Existe algo que permanece más allá del pensamiento, más allá de la actividad neuronal, algo que no cambia, incluso cuando el cuerpo cambia.
Para conocer esto de manera profunda, no basta con la especulación. Es necesario despertar a la experiencia directa, reconocer en uno mismo aquello que siempre está presente, más allá del cuerpo y sus procesos.

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